¿De dónde viene el agua de los manantiales?

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No es una pregunta tonta. Por ejemplo, para los griegos todas esas aguas procederían del mar. Pensaban que desde el agua salada se infiltraba desde el fondo del mar y tras un intrincado viaje a través de las fisuras del terreno acababan en una enorme caverna situada en las entrañas de la Tierra, debajo de los continentes. Una vez allí, el propio calor interno evaporaba el agua y, de este modo, la destilaba. Una vez libre de sus sales, el vapor de agua ascendería por los poros del terreno, enfriándose, hasta llegar a condensar como agua dulce, que empaparía el subsuelo desde abajo, alimentando los pozos o brotando en forma de manantiales. Platón bautizó a esa supuesta caverna universal con el nombre de Tártarus.

Hasta prácticamente mediados del siglo XVII se mantuvo esta explicación. A ello contribuyó estas palabras del libro del Eclesiastés: "Todas las aguas van a la mar y la mar nunca se llena, porque allí de donde vinieron tornan de nuevo para volver a correr" La Biblia no podía estar equivocada y, por tanto, cualquier otra interpretación debía ser considerada herética.

En 1670 Pierre Perrault, un Cobrador de Finanzas en el Ayuntamiento de París y hermano Charles Perrault, comprobó con sorpresa que la ingente cantidad de agua evacuada por el Sena a lo largo de un periodo de tres años había sido seis veces inferior a lo que durante ese mismo tiempo habían descargado las lluvias en la cuenca. Asombrado por sus resultados, un científico francés llamado Mariotte repitió la experiencia y comprobó que el volumen de agua evacuado por el Sena a la altura del Pont Royal de París a lo largo de un año había sido muy inferior al descargado en ese mismo tiempo por las lluvias. A partir de estas simples observaciones y de los trabajos de Dalton, Hadley y otros físicos de la época, se pudo formular un concepto científico de escala realmente planetaria: el ciclo hidrológico.

El agua escapa continuamente de la superficie de la Tierra a la atmósfera a través de la evaporación directa del mares y lagos. También escapa del interior del suelo mediante la transpiración vegetal. Todo ese flujo de vapor acaba condensando primero, y precipitando después en forma de lluvia. El tiempo medio de permanencia del agua evaporada en la atmósfera es de poco más de una semana. Cada vez que llueve, parte del agua caída acaba discurriendo directamente por la superficie del terreno. En breve tiempo desaloja la cuenca hidrográfica sobre la que precipitó. En cambio, otra parte importante del agua de lluvia se infiltra y penetra en el terreno, comenzando un largo e intrincado viaje subterráneo, hasta que al cabo de unos meses, años o siglos, vuelve a emerger en la superficie, alimentando los manantiales y los ríos.

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