Ya revisaste si tu amor está contaminado?

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Los padres queremos a nuestros hijos, pero si esto es cierto, te has preguntado ¿por qué hay tanto niño lastimado?

 Pues por que muchos niños reciben amor que está contaminado. ¿De qué? De frustración, enojo, resentimiento, culpa, miedo. Imagínese que este amor es para la vida emocional del niño como el agua es para su cuerpo. Ambos son esenciales, pero ¿qué ocurre si tomamos agua contaminada? Que en vez de darnos vida, nos enferma. Lo mismo ocurre con el amor. Para el niño ese amor es primordial para su alma, pero si está contaminado, termina dañando su vida emocional.

Cuando compramos un medicamento y leemos la larga lista de efectos secundarios, nos asustamos y dudamos, pensamos, "Me cura la migraña pero me arruina el hígado." "Me quita el pie de atleta pero me intoxica." No sabemos qué es peor, el remedio o la enfermedad. Así que si elegimos curarnos con él, sabemos que vamos a pagar un precio.

Podemos pensar que lo mismo ocurre con relación al amor. Si quiero recibir amor, tengo que pagar un precio. Decimos a veces a los hijos sin palabras:

"Porque te quiero te castigo y te lastimo." "Sí, hija, en nombre del amor que te tengo, te pego y te humillo."

Pero como el hijo está tan necesitado de ese cariño, está dispuesto a pagar. "Pégame, insúltame, humíllame, pero quiéreme." ¡Cuántos de nosotros hemos pagado este precio! Y algunos de ustedes quizás piensen que así es la vida, que nacemos para aprender sufriendo, y que si fuiste lastimado y sobreviviste, ahora les toca a tus hijos pasar por lo mismo. Y así perpetuamos la cadena interminable del dolor.

Cuando amamos al niño con miedo, culpa y enojo, lo condenamos a sólo conocer un amor distorsionado y destructivo. Entonces al crecer y buscar una relación amorosa, acepta el maltrato y la humillación como parte del paquete. No puede imaginarse ser amado de otra manera pues él cree que el amor equivale a sufrimiento.

¿Cómo podemos limpiar nuestro amor de esos contaminantes? ¿Cómo darles a los hijos lo mejor de nosotros, libre de nuestras cargas emocionales? Tenemos que aprender a manejar y expresar nuestras emociones de una manera adecuada sin lastimar y no utilizar a los hijos como un medio para desahogarnos. Hay muchas terapias que pueden ayudar.

También hay que aprender a autoobservarnos, para poder discernir entre nuestros deseos, que bien pueden estar teñidos de resentimiento, egoísmo, miedo o culpa, y lo que mejor conviene a nuestros hijos. Cuando nos acostumbramos a estarnos constantemente revisando, aprendemos a distinguir entre nuestras necesidades emocionales y las de los hijos. Como una cámara que poco a poco enfoca su lente, nos empezamos a dar cuenta, de manera muy clara cuando nuestras intenciones no son respetuosas: cuando manipulamos, intimidamos, humillamos o devaluamos. Cuando olvidamos que los hijos no están aquí para complacernos o cumplir nuestros sueños, sino para que los guiemos hacia la madurez con un profundo respeto hacia su individualidad.

Depuremos nuestro amor, para que las siguientes generaciones caminen por la vida, como dice Anthony de Mello, más ligeros de equipaje.


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