El dominó**
Alumbraron en la mesa los candiles, moviéronse solos los aguamaniles, y un dominó vacío, pero animado, mientras ríe por la calle la verbena, se sienta, iluminado, y principia la cena.
Su claro antifaz de un amarillo frío da los espantos en derredor sombrío esta noche de insondables maravillas, y tiende vagas, lucífugas señales a los vasos, las sillas de ausentes comensales.
Y luego en horror que nacarado flota, por la alta noche de voluptad ignota, en la luz olvida manjares dorados, ronronea una oración culpable, llena de acentos desolados y abandona la cena.
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