En calidad de reloj, despertador y agenda, el teléfono ha muerto.
Ha muerto porque no estás tú para darle vida.
Porque no recibe tus mensajes ni tus llamadas.
Está inerte en la mesa. Sin moverse, sin hablar. Sin cumplir el propósito de su existencia.
Su función de reloj solamente indica las horas que han transcurrido sin tener noticias tuyas.
Su despertador me anima a continuar un día más, pero sin ti.
Y lo único que queda de ti en el, es tu número en la agenda...
¿Y todo para qué? Para recordarme que tú no me recuerdas más.
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