Este método de ejecución -vigente en España desde 1820 hasta 1978- terminaba con la vida de los condenados a la pena capital mediante la rotura del cuello. El garrote, un collar de hierro asido a un tornillo con una bola en el extremo que sustituyó a la horca, provocaba la dislocación de la apófisis de la vértebra axis sobre el atlas en la columna cervical.
Aunque teóricamente la muerte se producía de forma instantánea, lo cierto es que en la mayoría de los casos provocaba lesiones laríngeas y la víctima moría por estrangulamiento. La fuerza física del verdugo, que giraba el tornillo y aplastaba el cuello hacia delante de forma progresiva, hasta dislocarlo, resultaba un factor determinante.
Los últimos ejecutados con este cruel método en nuestro país (en 1974) fueron el anarquista catalán Salvador Puig Antich y el alemán Heinz Ches (llamado en realidad Georg M. Welzel), un delincuente común.
Aunque teóricamente la muerte se producía de forma instantánea, lo cierto es que en la mayoría de los casos provocaba lesiones laríngeas y la víctima moría por estrangulamiento. La fuerza física del verdugo, que giraba el tornillo y aplastaba el cuello hacia delante de forma progresiva, hasta dislocarlo, resultaba un factor determinante.
Los últimos ejecutados con este cruel método en nuestro país (en 1974) fueron el anarquista catalán Salvador Puig Antich y el alemán Heinz Ches (llamado en realidad Georg M. Welzel), un delincuente común.
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