Desde que se creó el estado de Israel en 1948,
sus habitantes han batallado contra la aridez que caracteriza a la mayor parte del territorio. De hecho, la mitad sur del país está ocupada prácticamente por el desierto del Néguev, donde apenas caen unas gotas de agua al año. La necesidad, pues, ha propiciado que los agricultores hebreos sean desde hace décadas pioneros en biotecnología, técnicas de regadío, reutilización de aguas residuales y solarización del suelo, una técnica no química para combatir hongos, bacterias y otros agentes patógenos con los rayos solares. Esta experiencia se ha traducido a numerosos productos comercializados con éxito, desde biopesticidas y semillas transgénicas resistentes a las plagas hasta sistemas computarizados que proporcionan una humedad controlada a las plantas. En palabras del botánico israelí Aaron Fait, "la clave está en la habilidad para unir la investigación de la fisiología a la genética y la genómica de los vegetales". Y la investigación sigue dando sus frutos.
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