Uno de los llamados troncos raciales es el australoide.
A él pertenecen los famosos aborígenes australianos, esas personas de tez oscura, nariz chata y pelo negrísimo acaracolado. Su aptitud para sobrevivir en el impenetrable desierto australiano es casi legendaria. Es más. Según se ha podido comprobar, sobre todo en los que habitan en Arnhem Land, están libres de enfermedades relacionadas con el estrés y la dieta. Y todo a pesar de que se encuentran mucho más delgados de lo que recomienda la Organización Mundial de la Salud. Lo que hace de este grupo algo sorprendente es su habilidad para cocinar las grasas. Llevando la contraria al hombre occidental -del tronco caucásico para más señas-, escogen aquellas partes del animal que sabemos que contienen más colesterol: el hígado, el cerebro y los principales depósitos de grasa. A la hora de cazar a los animales, lo hacen justo cuando se encuentran en el época del año en que sus cuerpos han acumulado más grasa, y nunca fuera de ese momento. También saben que la carne sola no es el camino para una vida larga y feliz, así que nunca la comen si no la acompañan con hidratos de carbono, ya sea en forma de miel o batatas. De hecho, su especie preferida de batata, que tienen que extraer con esfuerzo del interior de la tierra, contiene un 30% de fécula (nuestra patata tiene sólo un 18%), es muy rica en fibra y en oligoelementos esenciales como el cobre y el potasio.
Además, su estilo de vida está perfectamente adaptado al ambiente en el que viven: reducen el ejercicio al mínimo que combinan con un voraz apetito por los alimentos grasos. O lo que es lo mismo, tienden a gastar el mínimo de energía y a obtener el máximo posible de un lugar donde los recursos son limitados.
Leave a comment