La emancipación de los hijos provoca en algunos padres sentimientos de tristeza, soledad y vacio
Es ley de vida: un día los hijos se independizan y dejan el hogar familiar. Los padres que han dedicado todas sus energías a su cuidado son más proclives a padecer el síndrome del nido vacío, un problema que se puede prevenir y superar con diferentes estrategias que recomiendan los psicólogos. Los sentimientos de soledad, tristeza y vacío que origina no duran para siempre si se siguen los consejos de los profesionales.
Antes de dar a luz, las mujeres pasan largas horas poniendo en orden su hogar para acoger a su futuro bebé. Esta obsesión por arreglar su entorno a medida que se acerca el parto se conoce como síndrome del nido y responde a los nervios y deseo de la madre de controlar la llegada del niño. Años más tarde, esa etapa ilusionante de la vida cede paso a la situación inversa, marcada por la nostalgia. Cuando los hijos ya están criados y deciden emanciparse, tanto madres como padres pueden sufrir el síndrome del nido vacío.
Este sentimiento de malestar y soledad nace en los padres cuando uno o más hijos se van de casa, ya sea para ir a estudiar a la universidad o para emanciparse. Afecta a quienes tienen hijos u otras personas a su cargo, como los tutores de menores, pero, sobre todo, a madres. Las personas que lo padecen suelen ser dependientes, han dedicado toda su vida a los hijos (como las amas de casa), se ven a sí mismas sin ningún objetivo, obligación o utilidad una vez que los hijos abandonan el hogar; tienen pocas aficiones y, por norma general, no trabajan fuera de casa.
Los síntomas Los sentimientos que afloran en los afectados son varios: se sienten solos, tristes, inútiles, angustiados y con cierto nivel de ansiedad. Pueden, incluso, padecer trastornos del sueño, como insomnio o frecuentes despertares nocturnos. Su autoestima se puede ver afectada y, en algunos casos, desarrollan síntomas asociados a la depresión, como la fatiga o la falta de concentración. Aunque las principales señales son psicológicas, también pueden experimentar algún tipo de somatización, como dolores de estómago, dificultades en la digestión o dolores de espalda.
Este síndrome se puede sumar a otros problemas diferentes que se agravan entre sí. Del mismo modo que ocurre con la depresión, que suele empeorar cuando fallece un familiar querido o se pierde un trabajo, este trastorno se agrava si coincide con la menopausia de la madre, por los importantes cambios hormonales que conlleva, así como con la jubilación, por los cambios que implica en una estructuración del tiempo y la pérdida de compañeros.
Afecta más cuanto mayor es la sensación de soledad, lo que implica que la permanencia de un hijo o más en el hogar familiar puede aliviar un tanto los síntomas. No obstante, estos no son más acusados si se van más hijos, o menos si se queda alguno en casa, sino que depende del vínculo y dedicación que los padres hayan tenido con cada uno de ellos. Puede que esos lazos y entrega hayan sido muy estrechos con sólo uno de ellos. En ese caso, aunque quede uno o más hijos en casa, la persona puede padecer los mismos síntomas si el que se va es el que se había protegido más. En cambio, los que han sido más independientes durante años, no dejan tras de sí tantos síntomas del síndrome.
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